WEST OF THE JORDAN RIVER, DEL DIRECTOR AMOS GITAI

La naturaleza de la utopía esconde una paradoja, para mantenerse y no tornarse en su contrario debe ser inalcanzable. Existe para hacer que las sociedades avancen, dejen su estatismo y evolucionen, si llegan a consumarla, aunque sea superficialmente, muestra su cara anómala y contradictoria. No hay ejemplos alentadores a lo largo de todo el siglo XX, la Unión Soviética, el Nacionalsocialismo, Yugoslavia, Liberia y, sobre todo, Israel, son la muestra de que la utopía se desvanece al hacer contacto con la realidad, como esas creaturas de los abismos marítimos que mueren en aguas cercanas a la superficie.

Amos Gitai hace un diario visual de las negociaciones de paz entre Palestina e Israel, comenzando en los noventa, cuando se entrevista con el ministro israelí Yitzak Rabin, el rostro joven y lleno de esperanza del realizador contrasta con la expresión parca y desencantada de Rabin. Es un hombre que lo ha visto todo, pragmático y directo, no avizora una solución inmediata al conflicto pero está dispuesto a dar los pasos necesarios para generar una posibilidad. Gitai, ingenuo aún, piensa que el proceso durará el tiempo suficiente para registrarlo en la órbita de un documental, que al final habrá una solución definitiva. Mientras avanza la película los papeles van cambiando y es ahora la mirada persistente aunque sin ilusiones de Rabin la que se asoma en el rostro de Gitai. Hace años

que el ministro murió asesinado, la paz o siquiera el atisbo de un acuerdo, parecen algo imposible, los bandos se han radicalizado, el listado de agravios en ambos lados es interminable.

La imagen de un niño vendiendo frutos en el retén que comunica Israel y Palestina es ilustrativa: el pequeño vendedor corre de un coche a otro, extiende su canastilla a los conductores, nadie le hace caso, sigue intentando mientras los camiones de carga le pasan demasiado cerca, hace una pausa y mira a la cámara, luce extraviado, como si sintiera la necesidad continuar aunque no sepa por qué ni para qué, de igual manera el director ha registrado el proceso por más de veinte años y llegó a un punto donde lo único cierto parece ser la voluntad de seguir. Hacia el final de la cinta Gitai conversa con un niño en la rivera oeste del Jordán le pregunta qué quiere ser de grande y él le contesta que un “mártir”, no tiene una razón particular para ello, “pero si mueres todo se acaba” revira el director y el chico simplemente le responde “eso es mejor”. El director se despide y le pide que se mantenga vivo, no lo juzga, ahora ha visto lo suficiente para saber que las cosas cambian muy lentamente y que ésta es una carrera de resistencia. Los diferentes ministros, periodistas, activistas e intelectuales israelíes, con los que ha conversado a lo largo de los años coinciden en que el problema ha llegado a un punto muerto están los que afirman que o Israel transforma su política o desaparece y los que están convencidos de que el problema es de semántica, basta con borrar la palabra “ocupación”, porque no es eso lo que están haciendo con sus campamentos en Palestina, y sustituirla por “recuperación” de las tierras

que por derecho histórico, ¿o divino? la distinción no es muy clara, les pertenece. Gitai los escucha, algunas veces, las menos, coincide otras intenta argumentar pero sus palabras caen en oídos sordos.

La cinta termina con la celebración de un torneo de damas al que asisten palestinos e israelíes, los participantes y sus familias conviven sin problemas, lo pasan bien, se divierten, ya no hay argumentos u ofensas que vengar, la vida sigue, la utopía de una solución definitiva es lejana sólo queda la realidad y ésta es… esperanzadora.

Por Pablo Urube