UNTITLED, DE LOS DIRECTORES MICHAEL GLAWOGGER Y MONIKA WILLI

Las cosas obvias son las más difíciles de explicar, el tiempo es una de ellas. San Agustín decía acerca de él que si no se lo preguntaban lo sabía pero si lo hacían lo ignoraba. El arte se aproxima a definirlo aunque su lenguaje es simbólico y, por tanto, ajeno a la razón. Captar el instante, diseccionarlo, domar su fuerza vital y contenerlo en los límites de la obra es un reto que seduce al espíritu artístico. Es el Sr. Bloom y su día eterno en el “Ulises” de Joyce; es la cinta fantasmal que busca Harvey Keitel en “La mirada de Ulises” de Theo Angelopoulos; es el Aleph que observa un Borges ficticio bajo la escalera de una casa de Buenos Aires y también lo es Untitled, que navega por los registros cinematográficos para atrapar esa ballena blanca del instante, ese presente que no acaba.

Su director Michael Glawogger emprendió la filmación que devino aventura y, a la postre, testamento por varias regiones de Europa y África. La idea le llegó mientras viajaba en ferrocarril por el norte de México, se le ocurrió que el mejor film que podría lograr era uno que no se detuviera, que no se diera descanso, siempre de viaje, siempre en movimiento como los paisajes que se vislumbran a través de la ventanilla del tren. El rodaje se vio interrumpido por la repentina muerte del realizador en 2014; la editoria y amiga Monika Willi retoma el material y las notas de Glawogger para continuar el trabajo. Willi no concluye la cinta porque

¿cómo se puede concluir algo que está vivo? es un proyecto que fue concebido como la representación del movimiento en los organismos sociales, en el planeta, detenerlo o concluirlo significaría la muerte, por eso la editora más que guiar la locomotora, ocupa el asiento de Glawogger en ese tren imaginario y se asoma a la ventanilla para contemplar el mundo como lo vio su amigo e invita a los espectadores para que nos asombremos junto a ella.

La película va de un escenario a otro, del calor al frío, de la blancura del invierno balcánico a las noches sin electricidad africanas, del colorido de las comunidades y los mercados a la grisura de las poblaciones montañosas, del hacinamiento y la promiscuidad de las aldeas a la soledad ascética del desierto. Los tránsitos de un lugar a otro se dan armónicamente, como en una danza, pareciera que los escenarios y sus protagonistas estuvieran conectados por nervaduras invisibles. Escuchamos las reflexiones del autor, unas veces con su propia voz y otras con las de una narradora, que acompañan las imágenes, sin explicarlas. Habla, entre otras cosas, de las despedidas, de la oscuridad, de la luz, de un nuevo lenguaje universal que utiliza sólo nombres de estrellas del futbol y de una cosa que resulta desconcertante por profética: la necesidad de desaparecer, de perderse y nunca ser encontrado, volverse invisible de tanto estar a la vista. Glawogger supo cuando llegó ahí que Liberia sería el lugar ideal para desaparecer. En ese lugar que las buenas conciencias arrebataron a la jungla para construir un edén, el remanso a donde volverían los que fueron secuestrados y llevados como esclavos a tierras lejanas, ese espacio que la realidad de la

marginación y la pobreza volverían una sucursal del infierno. Ahí los ojos del director encontraron su destino final, la malaria fue su coartada para volverse invisible, para dejar de ser y convertirse en todos.

Untitled es una celebración de la vida, un tributo al otro, es un instante eterno que sólo el cine puede otorgar.

Por Pablo Urube