LILY LANE, DEL DIRECTOR BENEDEK FLIEGAU

Los viejos cuentos infantiles, que Disney se encargó de suavizar para la civilización actual, eran el reflejo de un mundo cruel y tortuoso, de brujas caníbales e infanticidio, de lobos feroces e inocentes cerditos. Aquel espíritu, que compartían gente como los hermanos Grimm o Charles Perrault, es precisamente el que viene a rescatar el director Benedek Fliegauf en Lily Lane, revelándonos que ese mundo sin reglas sigue presente en nuestras modernas sociedades, en nuestras ciudades que se hallan a kilómetros del inquietante bosque con sus seres fantásticos, los que nos logran emocionar a diferencia del frío cemento.
La antigua historia de la familia disfuncional adquiere en este cuento húngaro ribetes surreales y míticos. El divorcio deja a un niño a la deriva entre hogar y hogar para seguir las reglas, la inmutable casa paterna y la vaga casa materna, que se acerca a la naturaleza cada vez más. Es en aquel viaje que la mujer y su hijo conforman una relación de maestro y aprendiz, pero sin la carga jerárquica, donde cada uno intercambia su rol según lo amerite. Nosotros mismos cambiamos de visión sin previo aviso, como en los viejos relatos que del lobo pasábamos a la abuelita; incluso, así nos enteramos de ese padre siempre ausente físicamente, que se hace presente en un formato amateur, voyerista, manejando la cámara para contarnos su versión y hacernos partícipes de ella. No le importa si su versión es la correcta, es parte del arquetipo de felicidad y caída, saga de la humanidad que la madre relata religiosamente a su hijo como recuerdo y presagio de males.
El drama que vive la mujer en la búsqueda de su hogar, de por fin tener un hogar, perdido en la infancia por unos padres presentes pero muy ausentes a la vez, la guía junto a su hijo por el sendero de las viejas añoranzas de los cuentos, de ese atardecer rojo en el horizonte. Es la versión positiva del mito de la frontera, donde vemos a la naturaleza como protectora y dispensadora de sabiduría, cuando vivir en ella nos da la oportunidad de crecer como personas y armar nuestro propio nuevo mundo, lejos de las convenciones de sociedades en las que ya no encajamos. Es ahí donde el cuento cobra valor, el relato chamánico, que nos eleva a los tiempos donde todo estaba por hacerse.
Por Pablo Jofré López